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Hasta que llegó una llamada de casa de su madre: la señora quería comer algo típico de un lugar en el que había vivido en sus días de recién casada. Ese día se celebraba al santo patrón de ese lugar, y era motivo para una comida más que especial.
Laura se quedó de piedra. ¿Dónde conseguiría esa comida tan típica, tan especial?
Se serenó y empezó a buscar una solución. Y se acordó de que en la empresa en la que trabajaba había alguien que era de ese sitio donde había vivido su madre. Fue a buscarla en ese momento, aunque no sabía exactamente qué decirle.
Fue donde la compañera de trabajo, le contó la situación de su madre y le preguntó si sabía dónde comprar la comida. "Seguro tú sabes", le dijo, con una risita nerviosa.
"Voy a hacer algo mejor", le contestó la compañera sonriendo mientras agarraba el teléfono. Laura la vio hablar con alguien y dar unas indicaciones, y luego colgó.
"En mi casa han preparado lo que tu mamá quiere. Ya sabes, hoy es un día importante en mi tierra, y en casa esa es la comida obligada en esta fecha. Toma mi dirección, está esperando un paquetito para tu mamá", dijo la compañera de trabajo, mientras le entregaba un papel con la dirección e indicaciones de cómo llegar.
Sin saber cómo agradecer tan tremendo gesto proveniente de casi una desconocida, Laura abrazó a la mujer. Fue directo a llamar a su casa.
Más tarde supo que su mamá comió feliz su comida deseada.
Años después, muchos años después, se encontró casualmente con esa compañera de trabajo. Recordó el momento, recordó lo feliz que la recibió su mamá ese día y su reacción cuando le contó ese pequeño milagro. Se acercó a la ya excompañera de trabajo, la saludó y le hizo acordar de ese día, que en su familia fue tan especial.
Le agradeció una vez más: "no te imaginas lo que tu gesto significó para mi mamá, para toda la familia. Estuvo feliz en medio de sus malestares".
¡Que ruede la cadena de solidaridad y favores!