Imagen |
Un día se dio cuenta de que ya no tenía compañía. No sabía en qué momento se había quedado sola, pero esa era la realidad.
Tras tanto tiempo de andar juntos por la vida no se acostumbraba a un viaje en solitario. Pero se resignó, no podía hacer nada más. Y a cada momento volvían los recuerdos y los pensamientos.
No podía imaginar el revuelo que se formó en torno a la desaparición, pero aunque lo hubiera notado no le hubiera importado. Su desconcierto era mayor, no tenía espacio para tribulaciones ajenas.
Pasó tiempo en un encierro incierto, sin ver la luz del día casi nunca, salvo ocasionales y brevísimos momentos luminosos. Esta rodeada de otros, pero cada quien iba con su pareja, mientras ella estaba sola.
¿Qué pasó? ¿A dónde fue?
Y así pasaron los días, quién sabe cuánto tiempo pasó. Soñaba con el encuentro, se imaginaba el día en que volverían a ser dos... ¿llegaría ese momento?
De repente vino uno de esos raros chorros de luz. No le impresionaban. Pero esa vez pasó algo inesperado. La alzaron, algo que no pasaba en mucho tiempo. La sacaron del cajón, no entendía nada. Y de repente sintió ese calor conocido, una sensación reconfortante la recorrió. La espera acabó.