Cuenta la leyenda que una muchacha llegó de su ciudad de provincia a estudiar en la capital. Venía llena de recomendaciones maternas de no confiar en nadie, de no hablar con desconocidos, de tener cuidado qué le decía a quién y una serie de recomendaciones de una madre que quedaba preocupada ante la partida de su hija mayor.
La muchacha, a quien llamaremos Pilar, consiguió trabajo en un colegio. Así pasaba sus días, trabajaba en el colegio en la mañana y estudiaba en la universidad por la tarde.
Como era lógico, al poco tiempo tenía un buen grupo de amigas. Casi todas eran provincianas también. Se conocían de sus clases en la universidad y de la pensión en donde muchas vivían. Todas eran muchachas que habían partido de sus lugares de origen con dirección a la capital para "forjarse un mejor futuro".
Ya casi habituada a la vida capitalina, Pilar ya prácticamente había olvidado la larga lista de recomendaciones que le dio su mamá antes de su gran viaje. Por ejemplo, devolvía el saludo que todos los días le daba un señor muy elegante con el que se cruzaba mucho por la calle, cerca de la pensión donde vivía.
- Buenos días, señorita.
- Buenos días, señor.
Pilar nunca pensó nada malo de ese saludo y de su respuesta. Ella simplemente devolvía la cortesía de un amable señor. Y es que le resultaba conocido, pero no sabía de dónde.
Un día, caminaba con una amiga cuando se cruzaron con el elegante caballero. Y como cada vez que se cruzaban, vino el intercambio de saludos:
- Buenos días, señorita.
- Buenos días, señor.
Al ver eso, la amiga la recriminó, le dijo que no debía ir saludando por la calle a cualquiera que se cruzara con ella. Y así fue que Pilar decidió no saludar más al señor.
Pero se le hacía conocido, estaba segura de que ya había visto esa cara.
Llegó el día de cobro de su trabajo en el colegio. Como era una escuela pequeña, el cobro se hacía en una agencia bancaria cercana. Así el colegio no se complicaba con ese trámite.
Se acercó Pilar a la ventanilla cuando le tocó su turno. Mientras buscaba su documento para identificarse con el encargado del pago, una voz familiar la saludó:
- Buenos días, señorita.
¡Con razón se le hacía conocida la cara del señor amable que la saludaba cada vez que se la cruzaba en la calle!
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Por razones técnicas, este blog ha estado un poco callado últimamente. Resueltos los problemas, la intención es retomar las publicaciones con más frecuencia.