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Era normal salir de la universidad y llegar a casa con hambre, con la disposición de comer lo que hubiera, prácticamente donde fuera.
El recorrido a casa era largo. Casi una hora, pero tenía la ventaja de que había que llegar al paradero final. Es decir, podía ir tranquilamente sin mayor preocupación de pasarme el paradero.
La parada final era en un lugar muy comercial, lleno de tiendas de todo tipo. Con tiempo y ganas, no era raro que fuera a dar una vuelta a visitar tiendas o comprar algún bocadito para disfrutar más tarde. Pero lo más normal era bajar y querer llegar a casa cuanto antes. Además, entre el paradero final y la casa habían doce cuadras que recorrer, lo que agregaba unos 15 minutos más a todo el recorrido.
Como se dice por acá, hacía hambre.
Los últimos pasajeros siempre eran pocos. El chofer estacionaba el vehículo y apagaba el motor, A veces gritaba "último paradero", pues no faltaba quien se quedara dormido en el largo tramo. Era hora de salir en ordenada fila, ya por fin en el destino final.
En esas circunstancias, siempre tenía la idea de comprar algunas galletas al peso en un puesto que tenía cuanta chocolate, galleta y dulce uno pudiera imaginar. Cuando ya faltaban pocas cuadras para llegar, empezaba a pensar qué comprar para compartir con la tía Angelita mientras veíamos televisión en la noche.
Con ese pensamiento, me levantaba de mi asiento y me dirigía hacia la puerta. Por mi cabeza desfilaban las diferentes galletas que podía comprar, las iba eligiendo mentalmente mientras la boca se me hacía agua. A lo lejos, lograba ver el puesto con las apetitosas tentaciones entre las que tanto me costaba siempre decidir.
Al pasar al lado del chofer, siempre me despedía con un simple "gracias", que bien era correspondido con "de nada", "hasta luego" o con simple indiferencia del conductor.
Pero esa vez fue diferente. Con los pies aún dentro del bus, pero la mente en cualquier otra parte, pasé al lado del chofer y mi mente mandó a agradecer como hacía todos los días. Pero menos de un segundo después, la cara extrañada del chofer me hizo dar cuenta de que le había lanzado un entusiasta "¡galletas!" en vez del rutinario "gracias".
Cuando el estómago habla...