domingo, 23 de junio de 2013

Haz el bien, ¿sin mirar a quién?

Hace algún tiempo, cerca del mediodía, caminaba por una angosta y muy típica calle de Miraflores. Había terminado de hacer alguna gestión y me dirigía hacia la avenida Larco. Esta calle está llena de pequeños restaurantes que en ese momento estaban prácticamente vacíos, pero que media hora más tarde con seguridad iban a estar llenos de hambrientos comensales, en su mayoría trabajadores de las oficinas cercanas.

Es costumbre en el Perú que este tipo de restaurantes pequeños ofrezcan lo que se ha dado en llamar menú. El menú consiste de una entrada, un plato principal y algo de tomar por un precio bastante módico, que puede oscilar entre cinco y seis soles (unos dos dólares más o menos). El sistema es muy simple: cada día, el restaurante prepara unas cuatro opciones de entrada y otras tantas de platos principales. Los clientes escogen entre las opciones y arman su almuerzo.

Caminaba por esta estrecha calle cuando se me acercó un hombre muy sucio, despeinado, mal vestido, con lo que quedaba de unos zapatos que conocieron mejores tiempos. Estirando la mano hacia mí, me dijo con voz lastimera:
- Dame algo para poder comer.

Casi sin mirarlo, le contesté con una negativa y seguí mi camino, pero me quedé con una sensación triste. Dos pasos después, me volteé y lo vi parado en el mismo lugar en que se detuvo para hacerme el pedido de ese algo para poder comer. Imaginé su hambre y tuve una idea.

Entré al restaurante que me quedaba más cerca, exactamente aquel en cuya puerta estaba parada. Le pregunte a la señora que atendía, presumiblemente la dueña del lugar, si tendría problema en que le dejara pagado un menú al hombre que se podía ver desde donde estábamos hablando. Me dijo que no, que podía pagarlo y que ella se encargaría de servirle lo que él escogiera.

Así que pagué y contenta de mi buena acción, salí y me acerqué al hombre, que seguía en el mismo sitio de minutos antes:
- Acabo de pagarle un menú con esta señora. Puede ir a comer a la hora que prefiera.

Hubiera esperado cualquier respuesta, menos la que salió de él:
- Mejor me hubieras dado la plata nomás.

Casi hace que se quiten las ganas de ayudar a quien pide porque de verdad tiene hambre.

viernes, 14 de junio de 2013

Travesuras del Cosmos

El otro día, al abrir mi correo, encontré en mi bandeja de entrada un nombre que no conozco. Con cierto temor de que fuera una de tantas trampillas que tiene el ciberspacio, abrí el mensaje. Normalmente, mensajes así van directo a la papelera sin abrirse siquiera y de ahí también los elimino. Pero algo me hizo abrir el mensaje, que decía:
Querida Gabriela: gracias por una reunión tan útil. Habrá seguimiento, tal como discutimos ayer. Felicitaciones a ti y a tu equipo por un excelente trabajo mostrando sostenibilidad en el terreno. Tengo muchas ganas de llevar adelante la colaboración con el programa en colegios.
La intriga aumentó cuando vi que el mensaje venía acompañado del logo de un organismo internacional, con dirección física en Barbados. Ese es un lugar del Caribe que no conozco, pero que no estaría mal visitar.

Otras veces, he recibido mensajes así pero de personas que conozco, que obviamente me han mandado el mensaje por error al querer marcar otra Gabriela o el nombre que me antecede o me sigue en su lista de direcciones. Esta era la primera vez que me pasaba con totalmente desconocido. Las preguntas comenzaron a surgir: ¿quién es esta persona? ¿De qué reunión me habla? Y más intrigante, ¿de dónde tiene mi dirección alguien cuyo nombre jamás he escuchado siquiera? Tras vencer más dudas, le contesté:
Gracias por esas palabras tan amables... pero tengo la leve sospecha de que me estás confundiendo con otra Gabriela. Aunque por tus palabras, puedo decir que trabajar contigo debe ser un placer. Creo que si todos los gerentes se dirigieran a sus equipos con ese mismo lenguaje alentador, los equipos trabajarían más contentos. Una pequeña duda viene a mi mente: ¿de dónde sacaste mi dirección? Es decir, ¿estamos conectadas de   alguna manera? Que tengas un buen día. ¡Saludos desde Lima, Perú!
Su respuesta me lo aclaró todo, pues me dijo que sacó mi dirección de un mensaje recibido pocos días antes. Recordé ese mensaje, donde una persona que conozco por trabajo me mandaba fotos de un viaje. Era evidentemente una confusión de su parte pues lo poco que hablamos no amerita, para nada, que me haga partícipe de su viaje.

Con las dudas absueltas y todo aclarado, después de desearnos un buen día, me llegó el último mensaje:
Bueno, el Universo debe haber querido que nos conectáramos.
Eso habrá sido.

martes, 4 de junio de 2013

Un alegre coro


Hace pocos días, caminaba por la avenida Larco. Era una mañana un poco fría y húmeda, de esas que anuncian la inminente llegada del invierno limeño pero que a la vez dejan ver un tímido y ocasional rayo de sol. Parece que los días de sol no se deciden a irse y que los días fríos tiene cierta pereza por instalarse entre nosotros.

Caminaba sin prisa, cosa rara en alguien que por lo general avanza rápido por las calles. De repente, noté que un poco más adelante de mí había unos ruidos conocidos, un ruido agradable que al instante supe qué era y de dónde venía. Era un grupo de niños muy chiquitos, probablemente de un centro preescolar, que caminaban en una nada ordenada fila india. Nada ordenada y por demás bulliciosa. Sus voces se confundían con el ruido del tráfico de esta avenida tan concurrida y transitada.

Estaban separados en tres grupos, de lejos pude calcular unos 15 niños por grupo, encabezado cada uno por una profesora. Otra profesora más iba al final del alegre y diminuto gentío.

En eso, una de las profesoras dijo en voz alta y clara: "Chicos, ¿estamos en Barranco?", a lo que el alegre coro contestó con toda la fuerza de sus pulmones: "¡¡¡NOOO!!!" La profesora repreguntó: "¿Estamos en Chorrillos?", y esta segunda respuesta fue exactamente igual a la primera, pero algunos decibeles más alta. Y la profesora lanzó su tercera pregunta "¿Dónde estamos entonces?", a lo que una multitud de ensordecedoras vocecitas contestó: "¡¡¡En Miraflores!!!"

En eso, noté que uno de los niños tuvo la intención de separarse de la fila y de acercarse a una tienda. La profesora que tenía más cerca corrió a su lado y le dijo: "no, no Daniel, el camino no es por ahí". El niño regresó al buen camino sin decir nada.

Así avanzamos juntos, hasta que me tocó el turno de voltear en una esquina. Los vi alejarse, los oí contestar nuevas preguntas de su profesora hasta que sus voces se perdieron en la distancia. Retrocedí en el tiempo, a cuando mi voz era la que se confundía con tantas otras, en esas caminatas que hacíamos desde el antiguo local escolar de San Isidro hacia el Olivar.

Por coincidencia, Nina publicó fotos de algo similar que vio hace pocos días. Lo de ella fue en Portugal, por lo que parece que hacer caminar a los niños en (nada) ordenadas filas indias es una tendencia universal.